“La realidad objetiva muestra que -con escasas excepciones- ni opositores, ni líderes, ni partidos en Venezuela y Bolivia han estado a la altura del valor, la decisión y las necesidades de sus pueblos. La gente los está identificando como parte del sistema de oprobio y corrupción”.
Por: Carlos Sánchez Berzaín.
Cuando el 23 de enero de 2019 Juan Guaidó juramentó como
Presidente Encargado de Venezuela, creímos en el inicio de un gobierno de
transición para sacar del poder a Nicolás Maduro y cesar la dictadura. Cuando
el 12 de noviembre de 2019 Jeanine Añez juró como Presidenta Interina de
Bolivia porque los bolivianos acababan de lograr la renuncia del dictador Evo
Morales, creímos que comenzaba la transición a la democracia. Ante la
indignación de los pueblos, tales transiciones de dictadura a democracia no
existen. En Venezuela siguen el dictador y la dictadura, y en Bolivia nunca
cesó la dictadura y regresó el dictador.
Venezuela y Bolivia tienen cuestiones esenciales en común:
regímenes establecidos, sostenidos y operados por la asociación de Hugo Chávez
y Fidel Castro que crearon el castrochavismo; dictaduras electoralistas que han
liquidado los elementos esenciales de la democracia y usan el voto como medio
de falsificación de la voluntad popular; existen para preservar la dictadura de
Cuba; han institucionalizado la violación de derechos humanos con perseguidos,
presos y exiliados políticos usando jueces para la represión; buscan detentar
indefinidamente el poder disfrazando de política delincuencia organizada
transnacional con fines de impunidad.
Venezuela y Bolivia castrochavistas son una extensión del
proyecto dictatorial de Cuba, de sus métodos y su estructura de oprobio. Tienen
las mismas bases en constituciones con las que han suplantado la “República”
creando un “orden bolivariano” en Venezuela y un “estado plurinacional” en
Bolivia. Creando “leyes infames” dando lugar a una “institucionalidad
dictatorial” que no es ni republicana ni democrática.
La política exterior controlada por Cuba, basada en la lucha
contra el imperialismo, la practican desde votaciones internacionales, soporte
al terrorismo de origen islámico, apertura a la penetración de Rusia, China e
Irán, anti judaísmo, hasta la doctrina Castro-CheGuevara de inundar de droga
los Estados Unidos para liquidar la juventud. Venezuela es el narcoestado eje y
Bolivia es narcoestado productor de cocaína.
En este contexto, urge analizar las razones del fracaso de
dos procesos que tienen el mismo enemigo. La transición de Venezuela que no
existe, pero que tiene aún un espacio de oportunidad porque Guaidó aún es
presidente encargado. La transición de Bolivia que nunca existió porque el
gobierno interino se volvió de continuidad dictatorial y restauró a plenitud el
régimen castrochavista.
En Venezuela no hay transición a la democracia por confesión
pública, porque la Asamblea Nacional el 5 de febrero de 2019 aprobó como Ley el
“Estatuto que rige la transición a la democracia para restablecer la vigencia
de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela”, y en ese “acuerdo
político” fijaron un sistema colectivo anulando al Presidente que nunca formó
gobierno. Equivocaron la agenda al poner primero la “liberación del régimen
autocrático” sin tener con qué, y luego la “conformación de un gobierno
provisional” y la “celebración de elecciones libres”. Lo primero que debieron
hacer era conformar gobierno para liberarse del régimen.
En Bolivia, en que la Constitución del estado plurinacional
es resultado de múltiples falsificaciones y crímenes, la presidenta Áñez y su
gobierno mantuvieron el régimen jurídico dictatorial negándose a restituir la
vigencia de la República de Bolivia. Un decreto presidencial es suficiente. El
gobierno de Áñez por conveniencia propia se quedó con la falsificada
Constitución del estado plurinacional y entonces estableció públicamente su
condición de “gobierno continuista”, que ratificó cuando usando las normas
dictatoriales Áñez se hizo candidata a las elecciones que debía garantizar como
mandato del interinato. Su tardía renuncia a la candidatura solo confirmó la
maniobra. Así, “de Bolivia salió el dictador pero no la dictadura” y emboscaron
a los bolivianos con otras “elecciones en dictadura”.
En ambos casos, las inexistentes transiciones estuvieron en
manos de opositores que hoy son sospechosos de “oposición funcional” o
cómplice. En ambos países hay indicaciones muy graves de “corrupción de los
opositores en el sistema de la dictadura” y marcadas señales de acuerdos
subterráneos (explícitos o implícitos) con sospecha de “impunidad por
impunidad”. El tiempo -en este caso muy breve- probará o descartará estos
crímenes de lesa Patria.
La realidad objetiva muestra que -con escasas excepciones-
ni opositores, ni líderes, ni partidos en Venezuela y Bolivia han estado a la
altura del valor, la decisión y las necesidades de sus pueblos. La gente los
está identificando como parte del sistema de oprobio y corrupción.
Opinión y análisis.
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